VIDA
MEMORIAS DE KEITH RICHARDS
RICHARDS KEITH
Muchas son las historias que circulan o han circulado sobre la figura de Keith Richards. Sin embargo, ahora van a ser contadas en primera persona ya que el guitarrista de Rolling Stones recoge sus memorias en Vida, su autobiografía que se pone a la venta en España a lo largo de este mes de noviembre.
Puede que a más de uno le sorprenda que Richards haya tenido la suficiente clarividencia para poner orden en sus recuerdos y escribirlos a lo largo de las 516 páginas que tiene la edición que se publica en España, pero para ello ha contado con la inestimable ayuda del periodista James Fox.
Un retrato de muy alta resolución, declamado a tempo galopante, de una era en la que el rock alcanza su madurez; crudo reportaje, si se quiere, vertido desde las entrañas de la contracultura, en el que se desgrana cómo esa música barrió cual tsunami el Reino Unido y los Estados Unidos, escribe New York Times.
Evidentemente, los más morbosos pensarán que el bueno de Richards habrá omitido los detalles más escabrosos de su vida. Error. Keith no se calla nada. Divertido, chismoso, profano y conmovedor a un tiempo, tiene uno la sensación, al finalizar la lectura, de haber intimado con el artista, afirma Rolling Stone.
A lo largo del libro, Richards habla sobre sus relaciones con Dylan, Lennon, Clapton, McCartney, Marley, Berry o Bowie, por citar a algunos: sus líos de faldas y, por supuesto, sus dos principales relaciones amorosas, las que mantuvo con Anita Pallenberg y Patti Hansen.
Asombrando a propios y extraños, Keith Richards ha escrito sus memorias: asombro porque ha podido (ya que a estas alturas nadie sospechaba que iba a conservar la vida o la lucidez suficiente para empuñar el teclado) y asombro porque ha querido (ya que los entes satánicos no suelen acudir al confesionario). El crítico Nick Kent compendia así su imagen en los años setenta: «Era el gran lord Byron; era un demente, era un depravado y era peligroso conocerlo». El aludido disiente con irónica sonrisa, otros insisten, y este libro viene a aclarar posibles malentendidos. Porque aquí se disipan varias nieblas (transfusiones, efusiones, agresiones, etc.) y se presentan finalmente los hechos que el foco de la leyenda había nublado: el uso y abuso de sustancias tonificantes o estupefacientes no adquiridas en farmacias; las variadas discrepancias con autoridades más o menos sanitarias; los encuentros, desencuentros y encontronazos con gendarmes de diferentes países; la empedernida coalición con Mick Jagger; los
intermitentes, y a menudo explosivos, contubernios con personajes como Dylan, Lennon,
Clapton, McCartney, Marley, Berry o Bowie, por citar a algunos de los más ruidosos; las
afinidades electivas con sujetos de mucha cara o siniestra catadura; los amoríos
pasajeros, las semanas de pasión y los dos amores contumaces (Anita Pallenberg y
Patti Hansen); las extenuantes sesiones de grabación; la apacible vida rural en una
mansión de Connecticut franqueados los umbrales de la senectud (aunque no de la
madurez si consideramos las penúltimas inhalaciones); los cuentos contados por
idiotas... Pero al final, más allá del ruido y la furia (que, como es de rigor, nada significan)
emerge la música de los Rolling Stones, esa incesante banda sonora que acompaña
nuestras convulsiones desde hace casi medio siglo.