EL SECRETO DE LA GARGANTA DEL RUISEÑOR
VERHELST, PETER
Los ruiseñores cantaron aún más alto. Y más. Y más. Había que tener paciencia. Miré por la ventana al Jardín de los Jardines, que restallaba bajo el efecto del canto de los ruiseñores. Un delirante concierto de colores y olores. Me puse de pie en el alféizar, me desperecé y canté a voz en grito yo también. Un leve rubor coloreó las mejillas del Emperador. Movió un poco la cabeza y miró con sorpresa a los pájaros, que salieron volando a toda prisa por la ventana. El Emperador se incorporó y, después de examinarse brevemente los brazos y la barriga, se fijó en mí, una muchacha sentada en el Alféizar Imperial. Se aclaró la garganta y preguntó:
¿Era ése
el
?
¿El ruiseñor? completé yo.
No. Eran los ruiseñores de todo el país. El Emperador se pasó la mano por la mejilla y por la cabeza. Percibió una barba y unos cabellos donde antes había una mejilla lisa y una coleta. Le costó trabajo levantarse. Se asomó a la ventana y miró el Jardín asilvestrado. Sacudió la cabeza, parpadeó y volvió a mirar para dar crédito a sus ojos.
¡Ay! exclamó.
¡Ay! contesté yo.
El Emperador dejó vagar su mirada del Jardín hacia mí y de mí hacia el Jardín.
¡Ay, ay! exclamó.
Una vez más fijó la vista primero en el Jardín y luego en mí.
¡Ay, ay, ay!
El Emperador de los Emperadores sueña con un nuevo Jardín de los Jardines. Solamente un hombre es capaz de arrancar el sueño de la cabeza del Emperador y de diseñar un magnífico jardín. Sin embargo, hasta los sueños imperiales pueden fallar. Cuando el Emperador oye cantar al ruiseñor, comprende que su jardín aún no es perfecto. El ruiseñor es complaciente, aunque tiene voluntad propia. Su canto es único y, aparentemente, inimitable.
Un fascinante viaje a través de un maravilloso mundo de ensueño.
Este cuento para niños es una joya de la que no puede prescindir ningún coleccionista que se precie. Patrick Jordens