DIARIO DE TRANSBORDO
ROBERTA R.
Lo comprendí todo durante una tarde de finales de agosto de aquel mismo año. Estaba tumbada en la cama con la mirada al techo, cuando algo en mi cerebro hizo clic, como si alguien hubiese pulsado un botón que hizo que se encendiera una lamparita.
Cassandra no lo sabe, pero siempre le estaré agradecida por haberme abierto los ojos, ya que indirectamente me hizo comprender que, si las mujeres trans me gustaban tanto, era porque en el fondo soñaba con ser como ellas. Me di cuenta de que durante nuestro encuentro llegué a sentir algo de celos por ella mientras admiraba su cuerpo desnudo, y pensé que habría sido maravilloso que nuestros roles se hubiesen invertido.
«¡Eureka!», exclamé, como hizo Arquímedes cuando descubrió que el volumen de agua que asciende es igual al volumen del cuerpo sumergido.
En aquel momento exacto comprendí que había nacido para ser una mujer trans. Tuve una auténtica revelación, que hizo que me levantara de golpe, como si se me hubiese aparecido la Virgen delante de los ojos.
¡Soy una mujer! lancé un grito liberador que laceró el silencio de la habitación. ¡Soy una mujer! repetí. ¡Soy Roberta, yo soy una mujer!