LA PALABRA PINTADA
EL ARTE MODERNO ALCANZA SU PUNTO DE FUGA
WOLFE, TOM
En "La palabra pintada", Tom Wolfe describe el curso errático de la historia social del arte moderno, desde sus inicios revolucionarios una revolución contra el contenido literario en las obras artísticas hasta su estado actual. Según Wolfe, el arte moderno se ha convertido, inconscientemente, en una parodia de sí mismo, obsesivamente devoto de ciertos críticos-«gurús» hasta el punto de reducción al absurdo en que se ha convertido: tan literario, académico y manierista como la pintura contra la que se había rebelado. El arte moderno pronto se puso de moda. La alta sociedad (le beau monde, Culturburgo) y los críticos de arte se adhirieron a él en calidad de peces piloto, y el tinglado empezó a crecer, crecer, crecer del Expresionismo Abstracto se pasó al Pop, del Pop al Op, el Op cayó ante la ofensiva del Minimal, y de éste se pasó al Arte Conceptual, etc., etc. Los peritos y expertos se esfumaron y ocuparon su lugar le beau monde y los críticos, los celadores de la Palabra Pintada: Greenberg, Rosenberg, Steinberg: éstos son los grandes, éstos quedarán en la Historia del Arte argumenta sarcásticamente Wolfe y no los pintores, llámense Pollock, de Koonig, Johns, Lichtenstein, Rauschemberg La argumentación suena convincente y en cualquier caso resulta terriblemente divertida. Cuando describe el ritual de los jóvenes artistas aspirantes a la fama (en dos fases, La Danza de los Bohemios y La Consumación) o establece el censo de Culturburgo, la ironía de Tom Wolfe es devastadora.
En "La palabra pintada", Tom Wolfe describe el curso errático de la historia social del arte moderno, desde sus inicios revolucionarios una revolución contra el contenido literario en las obras artísticas hasta su estado actual. Según Wolfe, el arte moderno se ha convertido, inconscientemente, en una parodia de sí mismo, obsesivamente devoto de ciertos críticos-«gurús» hasta el punto de reducción al absurdo en que se ha convertido: tan literario, académico y manierista como la pintura contra la que se había rebelado. El arte moderno pronto se puso de moda. La alta sociedad (le beau monde, Culturburgo) y los críticos de arte se adhirieron a él en calidad de peces piloto, y el tinglado empezó a crecer, crecer, crecer del Expresionismo Abstracto se pasó al Pop, del Pop al Op, el Op cayó ante la ofensiva del Minimal, y de éste se pasó al Arte Conceptual, etc., etc. Los peritos y expertos se esfumaron y ocuparon su lugar le beau monde y los críticos, los celadores de la Palabra Pintada: Greenberg, Rosenberg, Steinberg: éstos son los grandes, éstos quedarán en la Historia del Arte argumenta sarcásticamente Wolfe y no los pintores, llámense Pollock, de Koonig, Johns, Lichtenstein, Rauschemberg La argumentación suena convincente y en cualquier caso resulta terriblemente divertida. Cuando describe el ritual de los jóvenes artistas aspirantes a la fama (en dos fases, La Danza de los Bohemios y La Consumación) o establece el censo de Culturburgo, la ironía de Tom Wolfe es devastadora.