DIARIOS DE VIAJE (2016-2019)
MOGA, EDUARDO
Que las puestas de sol sean diferentes. Dormir mal, pero que no importe. Prepararlo todo minuciosamente, para que luego todo salga distinto. Estudiar mapas. Caminar. Que el enchufe que te has llevado no sea el adecuado. Aprender a oler. Oír ruidos diferentes. Rehuir a los compatriotas. Buscar a los compatriotas. Ir a Altaïr a comprar una guía. Seguir caminando. No entender nada. Refrenar la tentación de compararlo todo con casa. Cambiar moneda. Que duelan los pies. Hacer cola. Que te pidan propina. Visitar museos. Caminar. No saber qué dice la carta en los restaurantes. Comprar sándwiches en el supermercado y comértelos en un banco. Quedarte dormido en los parques. Admirar lo grande, lo pequeño, lo distinto, lo mismo. Perderse en las calles. Que te timen en los cafés, que te timen los taxistas, que te timen con la cuenta del minibar o el teléfono del hotel, que te timen. Visitar parques nacionales. Que te hayas dejado justo eso que necesitas. No dejar de caminar. Llevar siempre el pasaporte encima. Que te pierdan la maleta en el aeropuerto. Advertir cómo viste la gente, cómo se mueve, qué zapatos usa. No saber en qué parada has de bajarte. Aprender a decir «hola», «gracias» y «adiós». Darte cuenta de que los seres humanos son los mismos en todas partes. Sobrevivir. Descubrir que ni tu dolor ni tu felicidad cambian por el solo hecho de cambiar de lugar. Sorprenderte por lo caro o lo barato que es todo. Hacer fotos. Que se te enciendan los ojos. Ser otro, sin dejar de ser tú. Comprar botellines de agua y bebértelos mientras caminas. Buscar un restaurante con espectáculo para cenar. Buscar lugares con wifi. Respirar más hondo. Usar medios de transporte que jamás habías utilizado (ni pensado que utilizarías). Que la maleta se llene de ropa sucia. Que el tiempo no pase a la misma velocidad. Desear volver. Desear quedarte. Viajar.